Cuando uno es joven e incauto, cree, y se empecina en
creerlo, que cada persona es diferente y única. Es lógico, es un lugar común de
los buenos valores que piadosamente tratan de infundirnos desde pequeños. “Cada
persona es diferente y no hay que prejuzgar” ranquea justo debajo de “las personas
valen por lo que son por dentro”. Además nadie quiere verse a si mismo actuando por mera empatía
y fuera de los recaudos de racionalidad y criterio propio que se supone que nos
asisten como buenos burgueses, hijos de un mundo en el que la libertad de hacer
lo que nos place es el placebo con el que nos han amamantado desde los albores
de nuestra vida republicana. Si por uno de esos desgraciados sucesos biograficos uno llega a tropezar con las ciencias sociales, se da de bruces con que en
realidad hay magnitudes sociales y tendencias mas o menos homogéneas, regulares
e incluso predecibles que aniquilan las pretensiones de autonomía radical de los
individuos que se jactan de su estilo, sagacidad o ingenio.
Si además de este anoticiamiento teórico le toca a uno en
suerte una actividad vinculada a producir efectos sociales, sea esto la participación
en la vida pública o el desarrollo de un producto novedoso, entonces no hay
vuelta atrás. Como bien especulaba un amigo: “Skip comunica que es un jabón
hecho en La NASA, por que se lo dice a quienes nunca se mojaran las manos pero
quieren que la muchacha cuide el ultra lavarropa de 45 programas que tanto les costó.
Ariel te invita a que tu hijo se ensucie, por que los sectores medios ven en
aquello una confortable transgresión y Ala hace incapie en la fragancia, ya que
es el efecto lo que los sectores populares valoran al momento de racionalizar
sus consumos no suntuarios.”
Asi es el mundo, targuetizado y predefinido. No
hay lugar para hallazgos ni descuidos en un mundo digitado por las tendencias y los
habitus de los sectores sociales que conforman nuestra comunidad humana.
Así fue también el caceroleo del otro día. Un reflejo del
habitus al que siempre puede asistir algún confundido, esta claro, pero cuya
direccionalidad general esta inequívocamente anclada en la paquetería de las
grandes urbes a quienes el masivo plebeyísimo del resultado electoral sofoca en
sobre medida. Llegaron a la plaza del Pueblo con una farragada de consignas que
lo único que exhibían era su imposibilidad de habitar en este nuevo orden simbólico
que Argentina construyo en la ultima década. Un orden simbólico en el que seguramente
todavía hay muchísimas materialidades pendientes de resolución, pero que ya no
admite la persistencia del autoritarismo y el desconocimiento de la democracia formal como maniobra destitúyente ni de la exclusión
social mediante la aucencia de Estado como resignación para la salvaguarda de los pequeños privilegios de un puñado y
el solas ideologico de los confundidos.
Hablábamos de las consignas que ya no pueden hacerse publicas
con la impunidad de antaño: “Que deje de mantener vagos con la Asignación
Universal por Hijo.” O en su versión remozada “ Que deje de pagar subsidios a
los hijos de los negros que procrean para cobrarlos.” Se entrecruzaron con “Que
el Estado deje de intervenir en la economía”, “Que no permita que voten a los
chicos de 16 años porque no entienden nada.” o “Que deje de ser igual a Hitler
y Chávez”. Las otras tipo “Deberían colgarla en Plaza de Mayo” o “Que se vaya
con Néstor” ya los conocemos desde hace mas de medio siglo, son el remix del “Viva
el cáncer”… Siempre existió un targuet para esto. Para quienes ven en la acción
del Estado una amenaza para sus pequeñas libertades y no entienden que la
capacidad de consumo en los sectores populares es lo que hace girar la rueda de
sus emprendimientos económicos. Lejos de eso, se masturban en las ensoñaciones
de un mundo habitado por caucásicos laboriosos custodiados por una muralla de
oficiales de policía.
Quienes padecimos la desocupación estructural de los 90s y
no vivimos el 2001 como la épica de las cacerolas y las asambleas, sino mas bien
con la triste noticia de que un vecinito fue abatido en un saqueo del
supermercado del barrio, entendemos perfectamente la distancia y la dimensión
irrisoria de las demandas que movilizan a estos sectores. Lamentablemente la experiencia
es intransferible y no solo eso, como dijo Aldous Huxley “La experiencia no son las
cosas que nos pasan, sino lo que nosotros hacemos con las cosas que nos pasan”.Sera menester entonces volver a alzar la voz, discutir y rediscutir, no desde
el latiguillo fácil y gastado, sino desde la honestidad de saber que nunca se
esta en el mejor de los mundos, pero que el rumbo no puede ser el del sálvese
quien pueda liberal al que muchos quisieran volver con una pulsion tanática insoslayable.
Pero también va siendo hora de que el campo popular se de
una estrategia de inclusión de los sectores medios. Los rudimentos de lo real
nos han históricamente aislado de la posibilidad de disputar en el terreno del espesor
simbólico de los biencomidos. De aquellos que se paran en lo estético para
avizorar lo político, afectos a las sofisticaciones discursivas se amparan en una
alienación solo plausible en el ámbito de la ideología (en el sentido vago y
peyorativo en el que Gramsci utilizaba el término) que emerge solo cuando toda
la materialidad urgente a sido sastisfecha. Allí la progresía de sensibilidades
liberales nos muestra su condición de clase. Podemos verlo en el archipìelago
de medios comunitarios, alternativos o autogestivos que ante los
acontecimientos de la pasada noche guardan absoluto silencio. Que salen a
contarle las costillas a las políticas públicas de Nación, pero que frente al
despliegue brutal del macrismo guardan un silencio sepulcral por el pavor que les causa la sola idea de poder llegar a ser tildados de oficilistas. Lo vemos también en
la hoy inescuchable gran Radio de Rock (y derivadas), que otrora abonaba el campo de la critica displicente,
pero que en la novedosa posibilidad de esta era de construir poder popular desde el Estado, sus
editorialistas pierden el norte, a veces llegando incluso a apoyar a la derecha
partidaria como gesto “rebelde”. Y justo ahora que pasadas las elecciones la llamada Batalla Cultural perdio la policemia del significante vacio para ir a parar al cajon de los recuerdos de los slogans de campaña, es imperioso recuperar esa categoria en su contenido transformador e inquietante. Ya que es en esa dimension, la cultural, en la que se esta dirimiendo la suerte del proyecto historico de esta Latinoamerica floreciente.
Como decíamos al comienzo, no se trata de la voluntad libre de
los actores, sino de la configuración y fisonomía de los sectores que hoy son
interpelados por la reacción. De la estrategia que debemos darnos para tener a
toda esa franja de sectores medios que no comulga con la derecha, no del lado
del gobierno, ese seria un error táctico fatal. Sino del lado de los valores
que esta gestión de gobierno a sabido atender. Paradójicamente, debemos
profundizar la discusión ideológica para afianzar el horizonte político ya que
de lo que se trata es de una verdadera guerra de imaginarios. En este sentido
el enemigo todavía cuenta con infinidad de recursos y toda la historia de los
vencedores como sustrato de afianzamiento para un proceso regresivo que puede
estar no muy lejano si nos confiamos. Si no damos la discusión en los términos de
las especificidades tácticas. A pesar del triunfalismo miope de algunos, los resultados electorales en las grandes urbes así
lo vienen demostrando.
no lei nadaaaaaaaa.
ResponderEliminarsi soy yo, la de der morgen danach.
ResponderEliminaresta muy bueno lo que escribiste. escribís muy bien. y excelente análisis también.
ResponderEliminarGracias anonimo, me gustaria que se presentara!
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