lunes, 31 de enero de 2011

Cuando mi nombre ya no exista


Antes de perderse irremediablemente en los embriagadores mares del metal, un servidor, quizá por herencia familiar, sabía castigarse con discos de los Abuelos de la Nada. Curiosamente aquellos pasajes de sus obra que ocupan los lugares más marginales, esos que no decantan en las antologías. De hecho, Mariposas…, mas allá de su melodía irresistible siempre me pareció sosa en comparación de por ejemplo Oye niño… Buen día día reconstruye la figura de Miguel Abuelo precisamente a partir de esos trazos periféricos. Yo que siempre queme en mi vieja casstera Cosas mías antes que Vasos y besos no pude menos que estremecerme al ver cerrar la película con Capitán Calavera, epilogo en vida de su arte y su propia historia. Dimensiones indisolubles, porque a la mejor usanza de los malditos en Miguel Abuelo supieron fundirse fatalmente obra y biografía. Este es precisamente el acierto de la película, este juego metatextual y extradiegético que navega las intersecciones de ambos registros.

Durante una hora y pico, Gato Azul recorre en moto la ciudad buscando juntar los fragmentos que den cuenta del legado de su padre. Lo asistirán los testimonios de krisha Bogdan (su madre), Luis Alberto Spinetta (consciente de su pedestal en la poética roquera argentina y sinembargo generoso en sus reconocimientos a Miguel), Pipo Lernoud, Cubero Días, Alfredo Rosso, Gustavo Bazterrica y Andrés Calamaro (reponsable de los aportes mas superficialmente autorreferenciales de toda la película) entre otros. Afortunadamente ni se le paso por la sabiola a sus realizadores Eduardo Pinto y Sergio Cosantino, llamar al Bebe Contempomi.

Aunque seria difícil parir una película mala, teniendo como recurso el descomunal peso de una obra que como la de Miguel, habla por si sola, esta se mueve en las arenas propias del documental de reconstrucción biográfica salvo en dos maravillosos saltos. Esos que confirman el axioma holliwoodense de que finalmente el cine es la máquina para soñar despierto: El gag de Luciano Napolitano (hijo de Pappo) cruzándose a Gato Azul inmediatamente después de que Miguel relatase su partida de la primera formación de los Abuelos por desavenencias con el Carpo. Y la escena en la que Krsha, una diva sexagenaria, se funde en una danza con la canción que Miguel le dedicase hace cuarenta años. Estos dos momentos, brutal artificio estético, ponen en dialogo el dato biográfico/extradiegético con una posibilidad presente como solo la magia del arte pueden fundir. Escenas de carga onírica y reparatoria para soñar los posibles que todo arte autentico habilita, no sin una cuota de subversión contra la injusticia de estar confinados a una sola vida...


Un merecido homenaje a un grosso, una excelente ocasión de reconectarse con una poética monstruosa y una oportuna introducción para las generaciones que desconocen este legado imprescindible de nuestro acervo cultural. Aprendan palermitanos de hoy, impostores y vende humo de la aristocracia de pretensiones bohemias del Pacha Mama, lo que era parir versos con hambre de incendiar el mundo!

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